La aprobación en París, el 10 de diciembre de 1948, de la Declaración Universal de Derechos Humanos impulsó uno de los cambios de paradigma más importantes en la historia de la humanidad, al reconocerle derechos a todos los seres humanos “sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”. Ese fue el primer paso en la construcción de un andamiaje jurídico universal que aspiraba a poner fin a miles de años de injusticias para millones de personas. Fue un momento histórico en el que prevaleció un espíritu de grandeza y esperanza.
En este nuevo aniversario del Día Internacional de los Derechos Humanos podemos celebrar que cada vez son más los países que aceptan que el combate contra la impunidad por violaciones a los derechos humanos constituye un pilar fundamental de la democracia y el estado de derecho. La incansable búsqueda de justicia de las víctimas de derechos humanos ha sentado las bases para un estado de derecho duradero. Pero no podemos descansar en este camino. Nuestra historia enseña que lo que está en juego es demasiado importante y que el péndulo no se detiene fácilmente.